Susurros en la Noche

La ciudad se despereza como un enorme monstruo ante ti, esperando que caigas en sus fauces. No tiene prisa, sabe que tarde o temprano serás Suyo. Lo cual no quita que te llame en bajito, reclamando tu vida como reclama la de muchos cada día. Espera y acecha: tú serás suyo.

 

El callejón en si es oscuro y está muy sucio. Escoria y basura se amontona en los laterales, y un reguerillo de algún líquido turbio se desliza por el centro en dirección al desagüe. Las luces de neón parpadean reclamando tu atención: oculistas, mueblerías, una sala de recreativas, una armería, ... aúllan por tus nuyens, los desean para si. Dinero que cambia de mano una y otra vez, de mano en mano y de mano en mano de nuevo... la verdadera sangre de la ciudad, que corre por las negras arterias que son sus avenidas, y por las más negras venas de los callejones.

 

Pero a ti no te importa. Ya no te queda mucho aquí. Tu tiempo se acaba y lo sabes. No más vida, no más muerte, se acabó el baloncesto y los runs, jamás más odio ni amor, nada más... nunca. Y, sin embargo, Ella te sigue llamando, insistente y acariciadora, pidiéndote que lo hagas una y otra vez. Tu Ares NightFire parece latir en tu costado, doce mensajeros de muerte esperando impacientes para entregar su mensaje.

 

No sabes realmente cuándo comenzó todo, ni donde. Está claro dónde estás ahora, pero ya no importa. Realmente, no importa que se te halla pirado la olla y que ya nunca vaya a volver. No importa que Ella te reclame una y otra vez, y que Su voz te fuerce. No importa que Sus peticiones te quemen en los oídos como el fuego, y que los actos quemen en tus espaldas como la lava. Nada importa.

 

Los actos. El peso del pasado te encorva con fuerza, intentándote clavar en el suelo o, quizás, llevarte más allá de él. Has cargado con él demasiado tiempo: cosas que recordar y cosas que olvidar, cosas que fueron y otras que nunca serán, anhelos y desesperanzas... todos parecen girar y girar sin fin, con la voz de Ella susurrándote al oído por encima de ellos. En breve, ni ellos importarán tampoco.

 

Entras en el callejón con paso fuerte pero furtivo, digno de los veteranos más curtidos de las sombras. Tú lo fuiste. Quizás fue entonces cuando empezó todo, quizás no. ¿Quién lo sabe? El pasado. El pasado lo sabe, pero su voz ya no eres capaz de distinguirla. Sólo la oyes a Ella. Antes estaba calmada, pero ahora aúlla con fuerza.

 

Quiere lo mismo de siempre: quiere muerte, quiere sangre y dolor, cerebros pegados a los graffiti de la pared y ropas destrozadas en el suelo, neones cubiertos de rojo y dientes en el asfalto. Te susurra. Te suplica. Te ordena. Te grita. Ya no eres quien de decirle que no, desde hace tiempo.

 

Al principio fue una familia, en un pequeño piso. Eran unos vecinos de uno de tus ex-amigos. Su recuerdo agridulce parece ser de lo poco que se mantiene fijo en el torbellino de tu mente. Tras ellos vino el tendero de un Stuffer-Shack, y una pareja que se besaba en un parque. Ella era demasiado bonita para él, se merecía algo mejor... tú se lo diste. Luego fueron todos los de un pequeño restaurante de la esquina de la 35 con Western Street, y luego una guardería.

 

Lone Star había comenzado a investigar, y no tardaron en hallar tu pista. Entraron en tu piso, pero te encargaste de eso también. Como Ella te dijo. Siempre sabe lo que hay que hacer. Pero ahora se han vuelto a acercar, y sabes que no serás capaz de escapar de ellos mucho más. Así, tu tiempo se acaba. Y Ella todavía grita.

 

Hay una bonita niña en la esquina. Te sonríe con una sonrisa en la que falta un diente, una pequeña e infantil caverna, o una brecha en un muro de marfil. Ella la callará, al menos un rato. Sacas tu pistola y le sonríes de vuelta.

 

Ya sólo quedan once mensajeros.

 

Las sirenas aúllan a tu espalda, pero sólo la oyes a Ella. La ciudad ríe por su nueva victoria y, finalmente complacida, se calla durante un tiempo. Pero sabes que volverá a hablarte, una y otra vez, hasta tu final inminente. Y la satisfarás cada vez que lo haga, una y otra vez, una y otra vez...